R A S A B A D Ú

sábado, agosto 23, 2014:





Mamá había muerto —dice Onelia entrando en la sala, donde nosotros, desesperados, aguardábamos nuestro turno de atender a la enferma. Ha muerto, repite ahora con voz remota y lenta. Todos la miramos asombrados, sin poder aún concebir tal hecho, con un estupor silencioso y reciente.

    Lentamente, en fila, nos encaminamos a la gran habitación donde está ella tendida, boca arriba; el largo cuerpo cubierto hasta el cuello por el monumental sobrecama que todos nosotros, bajo sus indicaciones precisas y su mirada orientadora, tejimos y le ofrecimos entusiasmados en su último cumpleaños... Está ahí, rígida, por primera vez inmóvil, sin mirarnos, sin hacernos la menor señal. Tiesa y pálida. Despacio nos acercamos los cuatro hasta la cama y nos quedamos de pie, contemplándola. Ofelia se inclina hasta su rostro. Odilia y Otilia, de rodillas, abrazan sus pies. Finalmente, Onelia, llegando hasta la ventana, se abandona al delirio. Yo me acerco aún más para contemplar su rostro absolutamente petrificado, sus labios apretados y extendidos; voy a pasar la mano por su cara, pero temo que su nariz, de tan afilada, me hiera... Mamá, mamá, gritan ahora Otilia, Odilia, Onelia y Ofelia. Entre alaridos y sollozos giran incesantes a su alrededor a la vez que se golpean el pecho, la cara, se tiran de los cabellos, se persignan, se arrodillan vertiginosamente sin detener la ronda a la cual yo, sin poder contenerme, también aullando y flagelándome, me incorporo.
    Plenamente desesperados pasamos la tarde y la noche gimiendo alrededor de mamá. Y ahora, que ya amanece, que ya es de mañana, continuamos con nuestros estertores. A cada vuelta que le doy contemplo su rostro y me parece aún más largo y extraño. Así, cuando llega nuevamente la noche (y no hemos cesado de girar, lamentándonos), casi no la reconozco. Algo como una mueca aterrorizada, adolorida y terrible (horrible) se ha ido apoderando de toda su cara. Miro a mis hermanas. Pero todas, imperturbables, continúan llorando y dando vueltas junto al cadáver, sin haber percibido el cambio y sin señales de cansancio.
    Mamá, mamá, repiten infatigables, poseídas, como en otro mundo. Yo, mientras giro detrás de ellas —y anochece nuevamente— miro ahora para el rostro ennegrecido... Mamá en el deshoje del maíz, ordenando los distintos trabajos, inundando la noche con el olor del café, repartiendo turrones de coco, prometiéndonos para mañana un viaje al pueblo: ¿es esto ahora? Mamá abrigándonos antes de apagar el quinqué, orinando de pie bajo la arboleda, en pleno aguacero entrando a caballo con un racimo de plátanos recién cortados, ¿es esto? Mamá desde el corredor, alta y almidonada, olorosa a yerbas, llamándonos para comer, ¿es esto? Mamá congregándonos para anunciarnos la llegada de la navidad, ¿esto? Mamá cortando el lechón, repartiendo las carnes, el vino, los dulces... ¿esto? Mamá haciendo desde la cumbrera, la exclusa (todos mirando embelesados) y ya desplegando ante nosotros nueces, alicantes, yemas, dátiles... ¿es esto? ¿Es ella eso que ahí, sobre la cama, en el centro —y ya amanece de nuevo— comienza a inflamarse, lanzando un vaho insoportable?
    Y mientras sigo girando junto a ella, pienso que es hora ya de que resolvamos enterrarla. Salgo del círculo y recostándome a la ventana cerrada, le hago una señal a mis hermanas.
    Ellas, sin dejar de gemir, me rodean. "tienes que sentirte", me dice Ofelia. "pero hay que seguir adelante. No puedes dejar que el dolor te domine, ella no te perdonará esa debilidad..." "Vamos", me dice Odilia, tomándome una mano, "ven con nosotras". Otilia me toma la mano: "Ahora más que nunca tenemos que estar juntos con ella." Y ya estoy de nuevo en el círculo, gimiendo, golpeándome, con ellas, el pecho con las dos manos, y tapándome de vez en cuando la nariz... Así continuamos (y oscurece de nuevo); ellas, imperturbables, se detienen de tarde en tarde para posar sus labios sobre el rostro desfigurado de mamá, tomarle una de sus manos inflamadas o arreglarle el cabello, estirarle aún más el vestido, pulirle los zapatos y volverla a cubrir con el sobrecama monumental sobre la cual, ya incesante, planea un enjambre de moscas.
    Aprovechando precisamente la ceremonia del acicalamiento de mamá, me detengo junto a mis hermanas que, ensimismadas, otra vez la peinan, le atan el cordón de un zapato que la hinchazón había desabrochado, tratan de abotonarle la blusa que el pecho, ahora gigantesco, desabotona. Creo, les digo con voz baja mientras me inclino, que ya es hora de enterrarla.
    —¡Enterrar a mamá! —me grita Ofelia, mientras Otilia, Odilia y Onelia me miran también indignadas—. Pero como es posible que hayas podido concebir semejante atrocidad? ¡Enterrar a su madre!
    Las cuatro me miraban con tal furia que por momentos temo que se me abalancen. 
—¡Ahora que está más cerca que nunca de nosotras. Ahora que podemos permanecer día y noche junto a ella! ¡Ahora que está más bella que nunca!
   —Pero ¿es que no sienten esa peste?, y esas moscas... —¡Cállate, maldito! —me dice ahora Onelia, acercándose, escoltada por Otilia y Odilia. —¿Peste? —dice Ofelia—.¿Cómo puedes decir que mamá, nuestra madre, apesta? —¡Qué cosa es la peste?— me interroga Ofelia—. ¿Sabes tú acaso qué cosa es la peste? No respondo.
   —Ven—grita nuevamente Ofelia—: no es más que un traidor. Ella, a quien se lo debemos todo. Gracias a la cual existimos. ¡Criminal! —Nunca olió tan bien como ahora—dice Onelia, aspirando profundamente. —¡Qué perfume, qué perfume!—Odilia y Otilia, extasiadas—. Es maravilloso. Todas aspiran profundamente mientras me miran amenazantes.
    Me acerco al cuerpo de mamá, alejo, por un momento, al entusiasmado enjambre de moscas que zumban furiosas, y aspiro también profundamente.
    El enjambre de moscas que cierne ahora sobre la boca de mamá. Boca que al cabo de una semana de muerta se abre ya desmesuradamente, al igual que sus ojos y las ventanas de su nariz, que sueltan un líquido gris. La lengua, que también ha adquirido proporciones descomunales, se asoma detenida por entre esa boca. —las moscas, caprichosamente han alzado el vuelo—. La frente y el cuello también se han inflamado considerablemente, de manera que el pelo parece encabritarse sobre ese territorio tenso que sigue expandiéndose.
    Odila la contempla. —¡Qué hermosa! —Sí —digo Todos, mientras la rodeamos, comenzamos a admirarla.
    Ha estallado. Su cara había seguido creciendo hasta ser una maravillosa bola, y ha reventado. Su vientre, que de tan alto hacía que el cubrecama rodase constantemente, también se ha abierto. Todo el pus acumulado en su cuerpo nos inunda, embragándonos. El excremento retenido también salta a borbotones. Los cinco respiramos extasiados. Cogidos de la mano giramos nuevamente a su alrededor y vemos cómo hilillos de humor y pus brotan de su nariz desmesurada, de la boca que se ha rajado en dos mitades. Y ahora el vientre, que al abrirse se ha convertido en un charco oscuro que no cesa de bullir, lanza también un vaho delicioso.
    Fascinados, nos acercamos todos para contemplar el espectáculo de mamá. La tripas, que siguen reventando, provocan una incesante pululación, el excremento, bañando sus piernas, que ahora también se estremecen por sucesivos estallidos, se mezcla con el perfume que exhala el líquido negruzco, anaranjado, verde, que sale a raudales por toda su piel. Sus pies, convertidos también en esferas tersas, revientan, bañando nuestros labios que ávidamente los besaban. Mamá, mamá, gritábamos girando a su alrededor, embriagados por las emanaciones que brotaban de su cuerpo en plena ebullición.
    En medio de esta apoteosis, Ofelia, resplandeciente, se detiene. Contempla por unos instantes a mamá. Sale de la habitación y ya regresa, empuñando el enorme cuchillo de mesa que solo mamá sabia (y podía) manipular. "Ya sé", nos dice deteniendo nuestra ceremonia. "Ya sé." Finalmente pude descifrar su mensaje... "Mamá", dice ahora dándonos la espalda y avanzando. Odilia, Otilia y Onelia también se acercan y caen de rodillas junto a la cama, gimiendo muy bajo. Yo, de pie, me quedo junto a la ventana. Ofelia termina su discurso y avanza hasta quedar junto a mamá. Empuñando con las dos manos el enorme cuchillo, se lo entierra hasta el cabo del vientre, y cae, entre un torbellino de contracciones y pataleos, sobre el inmenso charco pululante que es ahora mamá. Los gemidos de Otilia, Odilia y Onelia se alzan rítmicamente hasta hacerse intolerables (para mí, que soy el único que los escucho).
    El maravilloso olor de los cuerpos podridos de mamá y Ofelia nos embriaga. Relucientes gusanos se agitan sobre ambas, por lo que constantemente permanecemos a su alrededor para ver los cambios que van disfrutando. Veo cómo el cuerpo de Ofelia, ya completamente carcomido, se confunde con el de mamá, formando una sola masa purulenta y oscura que perfuma todo el ambiente. También veo las miradas codiciosas que Odilia y Otilia le dirigen al promontorio. Algunas cucarachas se pasean por los huecos de ambos cadáveres. Ahora mismo, un ratón, tirando con fuerza del promontorio maravilloso ha cargado con un pedazo (¿De mamá? ¿De Ofelia?). Como alteradas por el mismo aviso, por una misma orden, Otilia y Odilia se lanzan sobre los restos, se apoderan —las dos al mismo tiempo— del cuchillo de mesa. Encima de mamá y Ofelia se desata una breve pero violenta batalla que espanta a los hermosísimos ratones y hace que las cucarachas se refugien en la parte más intricada del promontorio. Con un rápido tirón Odilia se apodera totalmente del cuchillo y con ambas manos comienza a introducírselo en el pecho.
 
   Pero Orilia, liberada, le arrebata violentamente en arma "Desgraciada", le grita Odilia, poniéndose de pie sobre el promontorio, "así que querías irte con ella antes que yo... Le demostraré que le soy mucho más fiel que todos ustedes". Antes de que Odilia pueda impedírselo, se hunde el cuchillo en el pecho, cayendo sobre el promontorio. Pero Odilia, encolerizada, saca el arma del pecho de Otilia "Egoísta, siempre fuiste una egoísta", increpa a la moribunda y se entierra el cuchillo en el corazón, muriendo (o fingiendo que ha muerto), primero que Otilia, quien aún patalea. Finalmente, las dos, unidas en un furioso abrazo de muerte, quedan exánimes sobre el promontorio.
    El perfume de los cuerpos de mamá, Ofelia, Odilia y Otilia se ha apoderado de toda la región que ahora es un páramo encantador, pues los asquerosos pájaros, las sucias mariposas, las hediondas flores, las pestíferas yerbas y demás arbustos, junto con los inmundos árboles, han desaparecido, se han marchitado, se han ido avergonzados o han muerto, debido —con razón— a su inferioridad. Toda es inutilidad endeble y efímera, todo ese horror. Todo ese paisaje inútil, indolente, criminal, ha sido derrotado. Y la región es una espléndida explanada recorrida por un rumor extraordinario: el incesante ir y venir de cucarachas y ratones, el trajinar de los gusanos, el zumbido infatigable de los luminosos enjambres de moscas. Al compás de esa música única, bajo el influjo de ese maravilloso perfume, Onelia y yo seguimos girando alrededor del gran promontorio, y cuando (raramente) levantamos la cabeza es para contemplar la llegada, el homenaje indetenible, voluntario, de las extraordinarias criaturas: ratas, ratones y más ratones, regias cucarachas de tamaño descomunal, lombrices de veloces y esplendentes figuras. Hemos abierto todas las puertas para que puedan entrar sin dificultad. Y siguen arribando. En grupos. En inmensos escuadrones. En acompasado y magnifico estrépito se agolpan ceremoniosas junto a nuestros pies, y continúan hasta el enorme cúmulo sobre el que se abaten, configurando una montaña en perpetuo frenesí. Sólida nube que se ensancha, se eleva, se explaya. Siempre en perenne movimiento, en cambiante, rítmico, inquieto, sordo y único delirio. La gran apoteosis. En homenaje a mamá. Por y para mamá. Y ella en el centro, divina, recibiendo el homenaje. Aguardando por nosotros.
    Y hacia ti vamos, Onelia y yo, aún con energía suficiente (sin duda por ti, insuflada) para llegarnos hasta tu promontorio y, dichosos, ofrecernos. Con gran dificultad, Onelia logra abrirse paso por entre las maravillosas criaturas. Apartando ratas y ratones ensimismados en roer, provocando remolinos de moscas y cucarachas que inmediatamente se posan sobre el sitio, hundiendo las manos en la fuente tumultuosa que forman los gusanos, logra recuperar el cuchillo de mesa, me mira, temerosa de que pueda arrebatárselo. Emite un pequeño alarido jubiloso y, sin mayores tramites, se desploma sobre el gran tumulto. Las nobles cucarachas, las bellísimas ratas, los perfumados y regios gusanos, encabritándose, replegándose con giros magníficos la cubren al instante.

    Ha llegado el gran momento. El gran momento en que debo unirme a mamá. ¿Debo? ¿dije debo? Quiero, quiero, ésa es la palabra. Finalmente puedo, hundiéndome en el torbellino de las alimañas... ¿Alimañas? ¿cómo puede haber salido de mi boca tal palabra? Mi madre, ¿mi adorada madre, eso que ahí se mueve, puede llamarse acaso alimañas? ¿pueden ser alimañas esas criaturas maravillosas que me aguardan y a las cuales debo entregarme? Pero ¿otra vez dije debo? Cómo puedo ser tan miserable, cómo puedo olvidar que no se trata de un deber, sino de un honor, un acto voluntario, de un goce, de un privilegio. Con el enorme cuchillo entre las manos doy una vuelta alrededor del tumulto que se repliega, expande y estremece tironeado por todas las alimañas... pero cómo, ¿otra vez he dicho alimaña? ¿y no me arranco la lengua? Sin duda, la felicidad que me embriaga al saber que pronto formaré parte del perfumado promontorio me hace decir sandeces. Rápido, debo (¿debo?) apurarme. Un minuto más es una prueba de cobardía. Todas mis hermanas ya están ahí, junto a mamá, formando un solo conjunto maravilloso. Y tú, cobarde, sigues dándole vuelta al tumulto, con el cuchillo de mesa entre las manos, sin, de un valiente golpe, enterrártelo en el pecho. ¿Qué esperas?
    Me detengo junto a las sacrificadas. Pero ¿Cómo es posible llamarlas sacrificadas? Me detengo, finalmente, junto al promontorio que forman mis dulces, hermosas y abnegadas hermanas inmoladas... Pero ¿Qué es eso de inmoladas, miserable? Me detengo frente al túmulto de mis cuatro hermanas consagradas. Con todas mis fuerzas aprieto el cuchillo, lo levanto contra mi pecho. Empujo. Pero no entra. Sin duda, tantas semanas girando alrededor del tumulto, sin comer, me han privado de todas las fuerzas. Pero debo ignorarlo. Debo continuar. Debo terminar de una vez... Llego hasta la sala, invadida también por el perfume de mamá y mis hermanas. Abro la puerta del corredor que el viento había cerrado. Coloco el cuchillo entre el marco y la puerta que ahora entrecierro de manera que el arma quede perfectamente firme y vertical, para poder lanzarme contra ella y que por sí misma se introduzca en mi cuerpo. Tal como una vez ví hacerlo a un personaje, en una película que fui a ver al pueblo, sin que mamá se enterara... Recuerdo que era así: el personaje ponía el cuchillo entre el marco y la puerta. La cerraba, y se abalanzaba, suicidándose. Sin dejar (naturalmente) huella alguna en el arma... ¿Cómo se llamaba esa película? ¿Y sobre todo ella, la actriz? ¿aquella mujer tan hermosa a quien se le achacaba el crimen? ¿era su esposa? pero ¿cómo es posible que piense en esas tonterías, cuando ahí, en la habitación, está mamá aguardándome? Esperando, esperándome, junto con todas mis hermanas. Ya es hora... ¡Ingrid Bergman! ¡Ingrid Bergman! Pero ¿qué palabras son esas, maldito? Abro la puerta y el cuchillo cae al suelo. Más allá del inmenso arenal que antes era el patio y el potrero —la finca entera— se ven, en remota lejanía, las siluetas de algunos árboles y el cielo. Por un momento me vuelvo. Escucho el furioso trajín de todas las alimañas que roen ahí dentro. Me acerco y contemplo el espectáculo... ¡Ingrid Bergman! ¡Ingrid Bergman!, grito más alto, opacando el estruendo de las ratas y demás bestias. Ingrid Bergman, Ingrid Bergman, voy repitiendo mientras me lanzo al arenal, cruzo, cruzo ya el potrero, la inmensa explanada, y llego hasta los primeros árboles... Me gusta la peste de estos árboles; me encanta la hediondez de la yerba en la cual me revuelco. ¡Ingrid Bergman! ¡Ingrid Bergman! Me fascina el olor putrefacto de las rosas. Soy un miserable. No puedo evitar que el campo abierto me contamine. ¡Ingrid Bergman! Me golpeo, me vuelvo a golpear. Pero sigo arrastrándome por el bosque, apoyándome en los troncos, aferrándome a las hojas, embriagándome con las fétidas emanaciones de los lirios... Llego hasta el mar, me despojo de todas mis ropas y, definitivamente cobarde, aspiro la brisa. Desnudo, me lanzo a las olas que, sin duda, han de oler muy mal. Sigo avanzando sobre la espuma que ha de ser pestífera. ¡Ingrid Bergman! ¡Ingrid Bergman! Y salto. Salto sobre la blanca, transparente —¿hedionda?— espuma... Soy un traidor. Decididamente soy un traidor. Feliz.

Édgar Omar Avilés // 8/23/2014 10:41:00 p. m.
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jueves, agosto 21, 2014:

"El dinero es un estiércol estupendo como abono, lo malo es que muchos lo toman por la cosecha."
-Joseph Joubert


Édgar Omar Avilés // 8/21/2014 02:56:00 a. m.

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No respiramos: Inflamos fantasmas, Ed. Posdata /Conaculta, 2014.

La VALÍStica de la Realidad, Ed. Secretaría de Cultura de Michoacán, noviembre 2012. (Premio Michoacán de Ensayo "María Zambrano" 2012)

Cabalgata en Duermevela, Ed. Tierra Adentro, 2011. (Premio Nacional de Libro de Cuento Joven "Comala" 2011)

Luna Cinema, Ed. Tierra Adentro, 2010. (Premio Nacional de Libro de Cuento "San Luis Potosí" 2008)

Embrujadero, Ed. Secretaría de Cultura de Michoacán, 2010. (Premio Michoacán de Libro de Cuento "Xavier Vargas Pardo" 2010)

GUIICHI, Ed. Progreso, Mayo 2008, novela corta (Recomendado como lectura por IBBY-México en 2010.)

RESEÑAS: javascript:void(0)
Disponible en librerías:
La Noche es luz de un Sol Negro, Ed. Ficticia, Septiembre 2007 (Mención honorífica el Premio Nacional de Libro de Cuento "Agustín Yáñez" 2004).

RESEÑAS:
Disponible en librerías:
EDUCAL

(Morelia, Michoacán, México, 1980). Maestro en Filosofía de la Cultura (UMSNH), licenciado en Comunicación (UAM-X), y diplomado en la Escuela de Escritores (SOGEM).
Autor de cuatro libros de cuentos: Cabalgata en Duermevela (Ed. Tierra Adentro, 2011. Premio Nacional de libro de cuento Joven "Comala" 2011), Luna Cinema (Ed. Tierra Adentro, 2010. Premio Nacional de Libro de Cuento de Bellas Artes "San Luís Potosí" 2008), Embrujadero (Ed. Secretaría Michoacana de Cultura, 2010. Premio Michoacán de Libro de Cuento "Xavier Vargas Pardo" 2010) y de La Noche es Luz de un Sol Negro (Ed. Ficticia, 2007. Mención de honorífica en el Premio Nacional de Libro de Cuento Agustín Yáñez 2004, de una novela: Guiichi (Editorial Progreso, 2008) y de un libro de ensayo "La VALÍStica de la realidad (abordaje de lo real en la novela VALIS, de Philip K. Dick (Ed. Secretaría Michoacana de Cultura, 2012. Premio Michoacán de Ensayo "María Zambrano" 2012).
También ha ganado los premios de cuento "Magdalena Mondragón" 2006, Premio Binacional de Cuento México–Québec 2003, premio de Cuento Breve de la Revista Punto de Partida 2002, entre otros. Está seleccionado en una veintena de antologías, entre ellas en las ediciones 2004 y 2005 de Los Mejores Cuento Mexicanos (Editorial Joaquín Mortiz). Becario de Jóvenes Creadores del FONCA 2009-2010 (en cuento), y 2011-2011 (en novela). Premio al Mérito Artístico Juvenil de Morelia 2007 y de Michoacán 2009. Premio a la Trayectoria Literaria “José Tocavén Lavín” 2010 .



PUBLICACIONES EN ANTOLOGÍAS


Bella y Brutal Urbe, Ed. Resistencia, 2013, antólogo.

Antes de que las letras se conviertan en arañas, Ed. Instituto Mexiquense de Cultura, Agosto 2006, antólogo.

Revista Punto de Partida: Nueva narrativa michoacana, Ed. Punto de Partida, 2013. Selección y prólogo.
El canto de la salamandrea, Ed. Arlequín, 2013, Rogelio Guedea.
Lados B 2013, Ed. Nitro/Press, 2013, Mauricio Bares.
Alebrije de Palabras, Ed. BUAP, 2013, José Manuel Ortiz Soto y Fernando Sánchez Clelo.
Minibichario, Ed. Ficticia, 2012, José Manuel Ortiz Soto.
Dulces batallas que nos aninam la noche, Ed. Colectivo Paracaídas, 2011, Alejandra Quintero.
Turbulencia Dosmilonce, Ed. Ficticia, 2011. Antólogo: Alfredo Carrera.


Lenta Turbulencia, Ed. Jus, 2010. Atahualpa Espinosa, Alfredo Carrera, Luis Miguel Estrada y Édgar Omar Avilés


Los Viajeros, Ed. SM, 2010. Antólogo: Bernardo Fernández BEF


Negras intenciones, Ed. Jus, Noviembre 2009. Antólogo: Rodolfo J.M.


Letras en Guardía IV, Ed. SSP y Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, Noviembre 2009. Antólogo: Atahualpa Espinosa.


Yo no canto, Ulises, cuento, Ed. Fósforo-Conarte Nuevo León, Noviembre 2008. Antólogo: Javier Perucho


Grageas, Ed. Desde La Gente, Diciembre 2007.Antólogo: Fernando Reyes


Fantasiofrenia II, Ed. Libera, Octubre 2007. Antólogo: Fernando Reyes


Cupido Negro, Ed. Café literario, Abril 2007. Antólogo: Manuel Candás


Los Mejores Cuentos Mexicanos 2005 Ed. Joaquín Mortiz, 2005. Antólogo: José Manuel Prieto


Los Mejores Cuentos Mexicanos 2004 Ed. Joaquín Mortiz, 2004. Antólogo: Eduardo Antonio Parra


Novísimos cuentos de la República Mexicana Ed. Tierra Adentro, 2005. Antólogo: Maira Inzunza


Pragmatáfora, Ed. Sogem/Deescritura, 2004. Antólogo: Fernando Reyes

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