EL ANDÉN
(Elendil)
--¿A qué esperas?, ¡hazlo!.
Tardó un poco en darse cuenta que le hablaban a él: era una anciana, a su lado en el andén.
--Perdón, ¿me habla a mí?.
--¿A quién si no? Vamos, sé que estás pensando en tirarte a la vía.
--¿Está usted loca?, ¿qué le hace pensar eso? (¿acaso aquella maldita vieja podía leer el pensamiento?).
--Mira chico, no tengo ninguna intención de impedírtelo. Supongo que debes sentirte como un tigre enjaulado, ¡todo un conflicto existencial! Ahora bien: deberías saber algo.
--¿El qué? (¿por qué diablos le daba conversación?)
--Que no esperes ver pasar toda tu vida por delante, ni ninguna lámpara que ilumine el final de un túnel. En la vía sólo te espera una cosa: ¡LA NADA!
Después, todo pasó muy deprisa: el ¡paf! de un manotazo en su espalda, los raíles que se acercaban...
--¡Eh!, ¡eh!, despierta chico, es el final de la línea.
Se despertó de sopetón en el vagón parado y vacío. El libro que tenía sobre las piernas había caído al suelo.