Hace unos meses, como por noviembre, la casa estaba llena de grillos. Por las noches sus guitarras eléctricas sonaban como Franz Zappa. Además de regalar su música, ellos conformaban La Mortadela, La Camorra moreliana controlada por Pico. Cuando alguien no accedía a un favor solicitado por Pico, sus lugartenientes iban y le hacían cosquillas con las antenas. Naturalmente, llegaba el punto en que el desdichado rogaba por hacer el favor (que en muchas ocasiones consistía en pagar un puñito de pelusa semanalmente, por concepto de venta de protección). Pero los grillos se fueron, por enero. Desaparecieron. Hay teorías, la más aceptada es que Pico los mandó a una misión secreta, pero no me ha dicho nada. Cuando le pregunto por La Mortadela se pone muy serio, baja la cabeza y la menea de un lado a otro. Creo haber visto restos de tristeza en sus ojos moros.
Hace como un mes llegó un grillo, sólo uno, como tanteando el terreno, pero lo aplasté con una pelotota de pilates color roja. Fue sin querer. Fue muy triste.
Ayer nuevamente un grillo andaba merodeando, presto escondí la pelota de pilates en el baño. Hoy vi a ese grillo (o quizá a otro) rondando por la ventana y ahorita se escucha un solo de guitarra que me anuncia que hay alguno más. Ojalá que la banda se junte, como en los buenos tiempos y rompan guitarras y salten sobre el público.
Según leo en internet, es bueno dejarles un poco de pan para que coman y algo de agua. Así lo haré. ¡Regresaron los días de grillos! ...y de pagar pelusa. Mucha.