RETORNO
José de la Colina
Tras arduas búsquedas, un aviador lo percibió a la mitad del desierto. En el viaje de retorno fue hundiéndose en el silencio, con la mirada perdida bajo los parpados inmóviles aún blanqueados de arena. Se mantuvo indiferente a los gritos de alegría, los abrazos y las caricias de los suyos, a las preguntas de los periodistas, a los lampos de los fotógrafos. Tardó tiempo en adaptarse a la –como suele decirse– vida común y corriente, y a la ciudad, y a los trabajos, y a los días, y al acto conyugal, y al futbol por televisión. A veces, sólo, en la alta noche, se enfrentaba al espejo de la salita hogareña, no para mirarse, sino para contemplar el solitario horizonte de arena y cielo y luz que veía extendido a sus espaldas, y se preguntaba si su exilio duraría toda la vida.