R A S A B A D Ú

miércoles, marzo 12, 2014:




(Ernesto Mejía Sánchez)


                                    Y aconteció después de esto, que teniendo
                                    Absalón hijo de David una hermana
                                    hermosa que se llamaba Thamar,
                                    enamoróse de ella Amnón hijo de David.

                                                                            
                                                                             2, Samuel, 13
 
I
  Mi hermana, dijo Amnón, está desnuda. Dijo que, por más que esté cubierta con espesa y blanca túnica de lana, de largos pliegues amplios, ella está siempre desnuda.

Esto decía Amnón hace mucho tiempo, antes de su desesperada fuga sin sentido que nos ha dejado muertos, especialmente a Thamar, mi deliciosa hermana gemela, que ahora está llorando, y a mí, que me parezco a ella casi en todo, y a mi madre, que dice que todo esto es un castigo del cielo.

Mi padre, una gran fuerza viva sobre la tierra, eternamente incólume, y lleno de la más sana alegría, también ha sufrido mucho con esto; pero, acaso para darnos valor o fe o una cosa parecida, suele decirnos con cierta ingenuidad, tal vez un poco objetable a sus años, que no ha pasado nada.

Comienzo con estas palabras de Amnón: Mi hermana está desnuda. Me parece que han tenido mucho significado. Se han grabado fuertemente en mi alma.

Amnón pronunció estas palabras en el comedor, hace tres años, aproximadamente. Las dijo como la cosa más natural del mundo. Es cierto que estaba como sin decirlas cuando las dijo. Pero es cierto que las dijo; yo no pude inventarlas.

Amnón era un buen muchacho, apasionado por las yeguas; tenía una soberbia, que le obsequió mi padre cuando cumplió quince años; y nunca faltaban en su lecho, a la orilla, saludables rosas rojas encendidas, que él mismo cortaba.

O yo, o mi hermana, porque nos complacía verlo olerlas con deleite, minutos antes de entregarse al sueño, ya envuelto en su frazada a cuadros.

Thamar tiene unos ojos grandes, casi negros, y cuando duerme con su hijita al lado, parece que afirmara que no hay nada más allá, después del sueño o de la vigilia; ella nunca lo ha dicho; es tan sólo una suposición.

Despierta, tiene seguridad en cada paso, y un gesto especial para cada palabra. Esto no es alabanza, digo la verdad siempre que puedo; y su pelo, es negro; ese sí que es negro, de un negro obstinadamente violento.

Amnón se había acostumbrado a los libros y a los doctores: su sabiduría y su salud hacían de él un tipo hermoso, casi perfecto: creo que con una mayor amplitud en su espíritu, hubiera sido profeta.

Thamar no reconocía límites para sus deseos: si ella quería una flor, debía ser la más hermosa flor. Alguien dijo que le pedía demasiado al mundo, que nunca se iba a conformar con poco, esto es, con lo bueno; que iba a ser feliz.

Esta actitud la empujaba a hacer todo lo mejor que podía. Si ella hilaba, hilaba lo mejor que podía; si sonreía, lo hacía de la mejor manera posible; por eso yo creía que tenía perfecto derecho a esperar que le aconteciera siempre lo mejor, y esto, yo lo juzgaba limpio.

Mi madre, pensaba dedicarla al templo; pero a ella, a Thamar, le gustaban demasiado las uvas maduras, y nunca ha consentido.

He dicho que también le gustan las rosas; mas ahora no se encuentran en este país las de su gusto. Cuando ella lo dice, corre los ojos grandes por toda la casa, y se entristece. Es posible que quiera decir algo más con esas mismas palabras.

Cuando iba al templo, éste se hacía pequeño para su cuerpo. No quiero decir con esto que nuestro templo sea en realidad pequeño, ni que la hermosura de Thamar sea tan abundante que llame locamente la atención, sino que el templo y Thamar no estaban precisamente de acuerdo.

Ella hubiera querido una gran extensión. El reino de este mundo, todo. (El mismo reino que yo decía estaba hecho para su boca.) Me daba la impresión de que ya lo tenía en los labios.

En nuestro templo se goza de mucha libertad, relativamente; pero ella necesitaba de más libertad aún.

Y Amnón estaba siempre discutiendo. Tenía una hermosa voz para eso. Opinábamos con toda confianza delante de mi padre.

Mi madre traía algo de comer, y agregaba algunas palabras. Ella ponía empeño en que fueran siempre razonables las que decía; empero tenían suficiente peso, sólo por el hecho de salir de sus labios.

Amnón, como un profeta joven, encendía su rostro. Algunas veces su espíritu se tornaba hierático. Su voz resonaba en los muros. Se apegaba a la letra con frecuencia. Una vez mi padre dijo que Amnón era muy joven, para que sus palabras no estuvieran en pugna con sus apetitos.

Sin embargo (y por eso), no creo que Amnón fuera a dejarse vencer por algo que él creyera malo. Sus apetitos y sus palabras estaban en pugna, es cierto, pero él, quizá, no lo sabía. Tal vez mi padre no le permitió todos los libros.

Yo pongo mi cabeza: Amnón es una persona decente. Hay que recordar que él dijo: Mi hermana está desnuda, de la manera más natural del mundo, y no quiso insinuar nada malo con eso.

Las palabras de Amnón, después de una de tantas y prolongadas discusiones en el comedor, fueron finales: Thamar, que casi nunca hablaba, se atrevió, con palabras oscuras, a objetar a Amnón, sobre un punto esencial.

No quiero entrar en detalles. Lo que Thamar decía, salía solamente de su corazón. Se lo estaba revelando la carne.

Amnón permanecía callado. No encontraba palabras que oponer al apasionado discurso de Thamar.

Era visible que ella había perdido algo. Algo más valioso que la túnica. Con unas cuantas palabras quebraba la más alta esperanza.

Había abierto los ojos más de lo necesario. Ya estaba viendo lo que no estaba viendo; esto es, veía lo que veía que no veía, más lo que no debía ver. Y eso, ya no estaba del todo bien.

Mi hermana está desnuda (o ciega o deslumbrada, fue lo que quiso decir, o lo que) dijo Amnón para de una vez terminar.

Pero en la noche, sus palabras ya lo estaban quemando; no podía dormir. El Maligno las martilló sobre su corazón y su cabeza: una blanca luna de carne se paseaba en sus ojos.


II

Mi padre entonces, era comerciante en especias. Algunas escobas estaban llenas de ellas. Recuerdo sus olores magníficos; pero sus nombres, por una desconocida razón, casi los he olvidado.

La casa es algo chica, y el aposento de los hijos fue común a Thamar (y a mi madre). No pudo ser entonces.

La verdad es que Thamar, y las especias fragantes, establecieron una armonía deslumbradora en nuestra casa. Por una parte, mi madre podía proveernos de alimentos más ricos a nuestro paladar; decía Amnón, que es el mayor, que algunos de esos alimentos eran nuevos para nuestros padres también.

Siempre hemos sido sobrios, y nuestra vida era por demás morigerada; mas la abundancia del vino hizo a mi padre decir cosas que, sin ella, estoy seguro no hubiera dicho delante de nosotros. Cosas que dice mi madre no se pueden decir ni sostener.

Nuestra pobreza anterior, nuestra falta de medios por mucho tiempo sufrida, nos hacía experimentar una felicidad particular en cada cosa que nuestra joven curiosidad inauguraba.

Hemos sufrido mucho: nuestro linaje cuenta con historias suficientemente lloradas para hoy recordarlas. Una vez mi padre fue echado del templo. Mi madre fue cautiva. Y Amnón tiene una marca de fuego en la espalda.

Por eso aquellos días, a pesar de que nos entregamos con delicia a ellos, parecían de mentira a nuestros ojos. Sentíamos que alguien nos bendecía, pero una corriente de llanto iba tras de nosotros, nos seguía los pasos.

Fueron días llenos de vida, de verdadera fragancia corporal; llamaría paradisíacos esos días, si no fuera pecado hacer tamaña comparación.

Se diría que éramos felices (¡se diría!), porque nuestra parcela fue aumentada en diez veces su tamaño, y la descendencia de nuestros animales fue prodigiosa en el primer solsticio; y por otras cosas más.

Thamar fue aquellos días la reina de nuestra alegría. Nos reíamos de nada, más de tres veces al día. Recorríamos la heredad tres veces por semana: la servidumbre nos proveía con abundancia para nuestro recorrido. Siempre íbamos los tres: los gemelos y Amnón. ¡No pudo ser entonces!

Thamar adquirió bajo el sol de junio una resistencia admirable, cortaba las manzanas elevadas de un salto, salvaba las acequias. Se tornó su rostro mejor que una ciruela.

Yo creía que, si la tierra fuera redonda, ella hubiera podido sostenerla en sus manos, como una manzana; pero creer esto era pecado, decía mi madre; así lo aseguraban los libros y los doctores respetables.

Sin embargo, mi corazón me decía que esto no era cierto, que Thamar poseía una fuerza maravillosa para hacerla redonda y sostenerla.

No puedo decir sin dolor que Thamar comenzó a preferir los regalos de Amnón ese verano; y las uvas que ella misma, y con cuidado, ponía en nuestros labios, fueron sólo para los de Amnón, desde entonces.

Pero ahí estaba el gemelo, ahí estaba Absalón, el hermano menor, sin saberlo y como que sabía, en guardia por su carne, siempre cerca. ¡No pudo ser entonces!

Nadie vaya a decir que en las piscinas, que en el huerto cerrado, que en el sombreado paseo de los álamos. ¡No pudo ser ahí!

Sin embargo el Maligno construyó un tiempo y un espacio especial para ellos. ¡Un instante y un sitio para confundirlos!

Amnón huyó en su yegua una mañana de abril. La noche anterior mi madre, en su aposento, lloró a lágrima viva con Thamar.

Y ahí estaba el gemelo, ahí estaba también Absalón sin explicarse y como queriendo proteger ahora una nueva carne todavía invisible, en medio de las lágrimas.

Mi padre, eternamente incólume, sospechándolo, y sin poder evitarlo, tomó vino, y dijo que la cosa no valía la pena. (¡Creo que para consolarnos!)

En la madrugada, Amnón, lo tengo presente, hizo un lío con sus cosas, me dio un beso en la frente, amargo sello, y me dijo: Voy a otros países. Toma esta moneda de plata. Traten de no recordar mi nombre.

Nuestra vida no podía seguir lo mismo. La corriente de llanto inundó nuestras plantas. Por eso no digamos: Somos felices. Porque cuando menos se piensa viene el Maligno a probar lo contrario.

Thamar pedía para su palidez uvas verdes y ciruelas y duraznos sin sazonar. En la casa circulaba como sangre un aire sordo: un niño lo iba a romper.
 
 

III
 
Thamar, en la primavera, parió una niña de una sola abuela. Estaba Thamar como toda madre orgullosa de ella. Mi madre la ocultó al vecindario. Mi padre la besaba todos los días, al amanecer. Le llevaba frutas, liebres, mariposas brillantes para regocijarla. La mostraba sin cuidado a las visitas.

Con sus risas parecía que iba a entrar en la casa una nueva alegría. Pero la ausencia de Amnón era muy dura. Acostumbrarse a no acostumbrarse a ella ha sido nuestro ejercicio diario. Ausencia más dura sin su nombre, porque Amnón es el innominado. ¡Amnón cuyo nombre no podemos mentar!

En los primeros días todos, aunque llorando, creíamos que iba a regresar. Su ausencia estaba mitigada por esta falsa esperanza. ¡Pero Amnón no regresa!

A la hora del beso o de la cena, al abrir el libro o al cerrarlo, Amnón está llamando a la puerta. Hacia allí cuando golpean, todos los ojos vivos de la casa se vuelven. ¡Pero Amnón no regresa! Entonces nos miramos: no podemos hablar.

Cuando llega la noche y hay que cerrar la puerta, estamos convencidos de que dejamos a alguien en la calle. ¡A alguien, cuyo nombre no podemos mentar! Veo, vemos las rosas rojas, las encendidas rosas, en su cuarto, marchitas. Su lecho denso y doloroso como un nido vacío. Todo lo que él iluminaba con su cuerpo o con su palabra ha quedado en la sombra.

Pero después, ahora, cuando un llanto de niño o unos primeros pasos confirman la falta de una fuerza primera, anterior a su sangre, la ausencia de Amnón nos hiere como un clavo.

Pero aquí estaba su hermano, Absalón, el gemelo, el que nada sabía, el que en su corazón confiaba demasiado: y Absalón dijo a su madre:

Madre mía, si Amnón, como cualquiera, nos ha abandonado, deja que el que le sigue cubra su falta ahora. Deja que la niña tenga en Absalón su padre y que Thamar no llore más y no esté sola.

Fueron palabras claras, pero mi madre, suficientemente escarmentada, tiñó su rostro en rojo más que encendido y dijo:

¡Maldigo la hora en que mis hijos se encarnaron en mi vientre! ¡Sean borrados los meses que los llevé en mi carne! ¡Leche de los demonios le di con estos pechos! ¿Por qué no los ahogué entre mis piernas en el momento de parirlos?

Apoyó sus gritos en todos los libros. Todavía oigo sus gritos, y estas palabras del Levítico salidas de su boca hace pocos momentos:

La desnudez de tu hermana, hija de tu padre o hija de tu madre, nacida en casa o nacida fuera, su desnudez no descubrirás.

Por otra parte, nunca creía que mis palabras, dichas con la mejor intención de mi corazón, produjeran tal efecto en mi madre. Pero lo que ni siquiera había sospechado era que mis palabras insinuaran semejante pecado.

Por eso, hemos llorado todos: Thamar todavía está llorando en su cuarto. ¡Mi deliciosa hermana está afeando su rostro!

Pero mi madre tenía razón, ella, da la casualidad, siempre tiene la razón: ¡y un poco más que eso!

Hasta entonces no comprendía el pecado de Amnón y la imprudencia de mis palabras. El amargo sello de mi hermano, sin darme cuenta, ya me estaba quemando. Mas mi madre, siempre previsora, con unas pocas palabras, me salvó de la muerte.

Ella que me dice: Hijo de mi corazón, no podía engañarme; y me lo ha dicho todo. Me lo ha explicado todo. Por eso, aquí lo escribo: Me arrepiento de ese anhelo maligno.

Hasta ahora conozco en su verdadero significado la fuga de mi hermano. Recordemos a Amnón: el hijo, de quien todo lo bueno podía perfectamente esperarse, como un demonio derramó su saliva.

El hijo bueno, el fuerte, el que decía: El Señor está conmigo siempre y me protege; ¡el mismo Amnón, mi hermano, el mismo Amnón, como un ángel caído!

Recordamos su voz, su voz maciza resonando en los cuartos. Su voz, ahora ausente, visible como un hueco, dolorosa como si a cada uno de nosotros nos la hubieran amputado. Porque, para decir verdad, la voz de Amnón era muy nuestra: cada uno de nosotros la reclamaba en los oídos como una cosa propia. ¡Su voz, donde nació su pecado! Su voz, que no regresa.

Porque Amnón ha puesto tierra, sangre, carne, y lo que es peor, carne contigua entre su planta y la nuestra.

Y Thamar, la mariposa que quemó sus alas en el fuego cercano, la que lo quiso todo, la que tenía el mundo en los labios y hubiera podido levantar la tierra con sus manos, Thamar está llorando en su cuarto. Su niña está jugando, su niña dice solamente: mamá.

Desde el cuarto vecino, con su llanto, Thamar me dice que escriba estas memorias; y Amnón, desde lejos, no sólo me lo dice, sino que me lo ruega.

Por eso he querido, aunque en desorden, hacer el fiel relato de los hechos. El que esto lea, sin duda, ya ha oído todo lo que ha dicho el vecindario y los amigos de la casa (aquellos que venían).

Y todo lo que dicen esos libros maledicentes (Yo fui la esclava de Thamar, lo que me dijo Amnón, etcétera) además de poemas y de tratados: gente que busca fama, gente que ha encontrado gozo en la desgracia ajena.

Se ha llegado a decir que Absalón vengó a Thamar, dando muerte a su hermano.

No por mí me duelen esas palabras. Sino porque he soñado que una noche Amnón vendrá (otra vez limpio y equilibrado como un ángel) a besar a su hijita, a vivir otra vez con nosotros; y no se podría realizar mi sueño si eso que dicen fuera cierto.

En la puerta dirá Amnón: El Señor me ha perdonado y otra vez me protege. Madre mía, dame un beso en la frente. Con su misma antigua voz, hasta ahora delgada y pequeña como un niño; y ya entrando en confianza: Buenas noches, papá, ¿cómo están los viñedos?

Thamar está peinando a la niña. Yo estoy cerca de Thamar. Amnón nos dice: Hermanos míos ¿quién llora, ahora, y por quién, y a qué hora? Y ha tomado a la niña en sus brazos; la besa, le dice: Hijita mía, te está besando tu padre.

Pero Thamar está llorando otra vez, está mi hermana afeando su rostro. Su hijita ya conoce la palabra: papá; se oyen sus risas mezcladas con el llanto. Así es el mundo: una confusa mezcla; nadie sabe la hora de reír, o llorar.


Édgar Omar Avilés // 3/12/2014 03:42:00 a. m.
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No respiramos: Inflamos fantasmas, Ed. Posdata /Conaculta, 2014.

La VALÍStica de la Realidad, Ed. Secretaría de Cultura de Michoacán, noviembre 2012. (Premio Michoacán de Ensayo "María Zambrano" 2012)

Cabalgata en Duermevela, Ed. Tierra Adentro, 2011. (Premio Nacional de Libro de Cuento Joven "Comala" 2011)

Luna Cinema, Ed. Tierra Adentro, 2010. (Premio Nacional de Libro de Cuento "San Luis Potosí" 2008)

Embrujadero, Ed. Secretaría de Cultura de Michoacán, 2010. (Premio Michoacán de Libro de Cuento "Xavier Vargas Pardo" 2010)

GUIICHI, Ed. Progreso, Mayo 2008, novela corta (Recomendado como lectura por IBBY-México en 2010.)

RESEÑAS: javascript:void(0)
Disponible en librerías:
La Noche es luz de un Sol Negro, Ed. Ficticia, Septiembre 2007 (Mención honorífica el Premio Nacional de Libro de Cuento "Agustín Yáñez" 2004).

RESEÑAS:
Disponible en librerías:
EDUCAL

(Morelia, Michoacán, México, 1980). Maestro en Filosofía de la Cultura (UMSNH), licenciado en Comunicación (UAM-X), y diplomado en la Escuela de Escritores (SOGEM).
Autor de cuatro libros de cuentos: Cabalgata en Duermevela (Ed. Tierra Adentro, 2011. Premio Nacional de libro de cuento Joven "Comala" 2011), Luna Cinema (Ed. Tierra Adentro, 2010. Premio Nacional de Libro de Cuento de Bellas Artes "San Luís Potosí" 2008), Embrujadero (Ed. Secretaría Michoacana de Cultura, 2010. Premio Michoacán de Libro de Cuento "Xavier Vargas Pardo" 2010) y de La Noche es Luz de un Sol Negro (Ed. Ficticia, 2007. Mención de honorífica en el Premio Nacional de Libro de Cuento Agustín Yáñez 2004, de una novela: Guiichi (Editorial Progreso, 2008) y de un libro de ensayo "La VALÍStica de la realidad (abordaje de lo real en la novela VALIS, de Philip K. Dick (Ed. Secretaría Michoacana de Cultura, 2012. Premio Michoacán de Ensayo "María Zambrano" 2012).
También ha ganado los premios de cuento "Magdalena Mondragón" 2006, Premio Binacional de Cuento México–Québec 2003, premio de Cuento Breve de la Revista Punto de Partida 2002, entre otros. Está seleccionado en una veintena de antologías, entre ellas en las ediciones 2004 y 2005 de Los Mejores Cuento Mexicanos (Editorial Joaquín Mortiz). Becario de Jóvenes Creadores del FONCA 2009-2010 (en cuento), y 2011-2011 (en novela). Premio al Mérito Artístico Juvenil de Morelia 2007 y de Michoacán 2009. Premio a la Trayectoria Literaria “José Tocavén Lavín” 2010 .



PUBLICACIONES EN ANTOLOGÍAS


Bella y Brutal Urbe, Ed. Resistencia, 2013, antólogo.

Antes de que las letras se conviertan en arañas, Ed. Instituto Mexiquense de Cultura, Agosto 2006, antólogo.

Revista Punto de Partida: Nueva narrativa michoacana, Ed. Punto de Partida, 2013. Selección y prólogo.
El canto de la salamandrea, Ed. Arlequín, 2013, Rogelio Guedea.
Lados B 2013, Ed. Nitro/Press, 2013, Mauricio Bares.
Alebrije de Palabras, Ed. BUAP, 2013, José Manuel Ortiz Soto y Fernando Sánchez Clelo.
Minibichario, Ed. Ficticia, 2012, José Manuel Ortiz Soto.
Dulces batallas que nos aninam la noche, Ed. Colectivo Paracaídas, 2011, Alejandra Quintero.
Turbulencia Dosmilonce, Ed. Ficticia, 2011. Antólogo: Alfredo Carrera.


Lenta Turbulencia, Ed. Jus, 2010. Atahualpa Espinosa, Alfredo Carrera, Luis Miguel Estrada y Édgar Omar Avilés


Los Viajeros, Ed. SM, 2010. Antólogo: Bernardo Fernández BEF


Negras intenciones, Ed. Jus, Noviembre 2009. Antólogo: Rodolfo J.M.


Letras en Guardía IV, Ed. SSP y Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, Noviembre 2009. Antólogo: Atahualpa Espinosa.


Yo no canto, Ulises, cuento, Ed. Fósforo-Conarte Nuevo León, Noviembre 2008. Antólogo: Javier Perucho


Grageas, Ed. Desde La Gente, Diciembre 2007.Antólogo: Fernando Reyes


Fantasiofrenia II, Ed. Libera, Octubre 2007. Antólogo: Fernando Reyes


Cupido Negro, Ed. Café literario, Abril 2007. Antólogo: Manuel Candás


Los Mejores Cuentos Mexicanos 2005 Ed. Joaquín Mortiz, 2005. Antólogo: José Manuel Prieto


Los Mejores Cuentos Mexicanos 2004 Ed. Joaquín Mortiz, 2004. Antólogo: Eduardo Antonio Parra


Novísimos cuentos de la República Mexicana Ed. Tierra Adentro, 2005. Antólogo: Maira Inzunza


Pragmatáfora, Ed. Sogem/Deescritura, 2004. Antólogo: Fernando Reyes

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