Algo de José Vasconcelos:
Por lo demás, escribir libros es un triste consuelo de la no adaptación a la vida. Pensar es la más intensa y fecunda función de la vida; pero bajar del pensamiento a la tarea dudosa de escribirlo mengua el orgullo y denota insuficiencia espiritual, denota desconfianza de que la idea no viva si no se la apunta; vanidad de autor y un poco de fraternal solicitud de caminante que, para beneficio de futuros viajeros, marca en el árido camino los puntos donde se ha encontrado el agua ideal indispensable para proseguir la ruta. Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.
Si se pudiese ser hondo y optimista, nunca se escribirían libros. Hombres llenos de energías, libres y fértiles, no se dedicarían a remedar con letra muerta el valor inefable, el remoce perenne de una vida que absorbería y cumpliría sus ímpetus y todos sus anhelos. Un libro noble siempre es fruto de desilusión y signo de protesta. El poeta no cambia sus visiones por sus versos y el héroe prefiere vivir pasiones y heroísmos, más bien que cantarlos, por más que pudiera hacerlo en tupidas y bravas páginas. Escriben el que no puede obrar y el que no se satisface con la obra. Cada libro dice, expresamente o entre líneas: ¡nada es como debiera ser!
¡Ay del que toma la pluma y se pone a escribir, mientras afuera todo es potencial que atrae el humano impulso; cuando todo lo inconcluso reclama emoción que lo consume en pura y perfecta realidad!
Pero ¡ay del que consagrado a lo de afuera, ni reflexiona, ni se hastía, ni ambiciona todavía más! Éste, no más, contemplativo, vive para lo exterior, y no renuncia y no muere; pero porque todavía no nace o renace. Pues nacer no es sólo venir al mundo, en que juntas persisten y se suceden la vida y la muerte; nacer es proclamarse inconforme; nacer es arrancarse de la masa sombría de la especie, rebelarse contra todo humanismo, quererse ir, levantarse con el arranque de los libros que se leen de pie, de los libros radicalmente insumisos.