El Tío Rasabadú, carcajeándose con su risa chimuela de anciano loco, los invita a leer esta suculencia de cuento breve:
DE NIÑOS Y RATONCITOS
(Azucena Rodríguez-Torres)
Araceli perdió su primer diente. Para consolarla, su mamá le dijo que guardara el dientecito bajo su almohada, pues un ratón vendría por él y a cambio le dejaría una moneda de diez pesotes. Araceli brinca de alegría, apenas puede esperar a que llegue la noche. Adelanta su hora de acostarse, no protesta porque apeguen la luz de la recámara que comparte con su hermanito. Por supuesto, deja le diente bao su almohada, envuelto en un pedazo de papel de china. No duerme, espera con los ojos bien abiertos la llegada del ratón. Éste aparece, en efecto, en la madrugada, elegantemente vestido –lentes oscuros camisa de seda multicolor, bastoncito de oro con el que juega y hace acrobacias-. Toma el diente, deja la moneda y se va contento. La niña se levanta para seguirlo hasta el agujerito del patio. La luna está en plenitud y Araceli puede ver todo lo que pasa en la madriguera: el ratón desenvuelve su diente nuevo, lo apila junto con un montón de dientes pequeños, dientes de leche. Los cepilla y los quiebra uno a uno, los pone en un molino, los pulveriza, guarda el polvo cuidadosamente en pequeñas, diminutas bolsas de plástico. En el agujero contiguo, hay un hervidero de roedores yendo de un rincón a otro, cuidándose unos de otros, lanzándose chirridos espeluznantes. Algunos se dirigen al agujero del ratón elegante. Se dicen cosas en voz baja, intercambian bolsas por monedas u objetos. Luego, los ratones inhalan, se inyectan, fuman el polvo de dientes. Enloquecen, chirrian más espeluznantemente todavía. Se despedazan, se mueren. Araceli comprende pronto y demasiado bien. Su hermanito pronto cumplirá los siete en unos meses. La próxima vez el ratón tendrá que dejar más de diez pesos.